domingo, 15 de febrero de 2009

El Che no baila tango

Astor Piazzolla (1921-1992), el revolucionario del tango, sufrió el desprecio y los denuestos de músicos tradicionales que lo culpaban de haber pervertido ese popular género argentino. Burlón y retador, Piazzolla prefirió llamar “música contemporánea de la ciudad de Buenos Aires” a su afortunada mixtura de tango, jazz y un poco de música clásica. En los años sesenta el músico porteño, que había estudiado con Nadia Boulanger y tocaría después el bandoneón con la orquesta de Aníbal Troilo, defendía su nueva música y desafiaba a los conservadores tocando de pie su instrumento y vestido de manera informal. Hoy, sus más de cincuenta discos son un legado invaluable y su influencia en músicos actuales es notoria. Agrupaciones como Gotan Project y Bajofondo Tango Club han alcanzado el reconocimiento gracias a sus composiciones, que funden venturosamente el viejo tango con la música electrónica.

En México, desde los años ochenta han brotado grupos que pretenden fusionar el rock y distintos ritmos caribeños, sobre todo el ska, con géneros populares locales. Desde los tiempos de Maldita Vecindad, Caifanes, Tijuana No y Café Tacvba, muchos grupos han producido a- penas un puñado de piezas logradas y una inesperada avalancha de pastiches y escuálidos homenajes a Tin-Tan –muy por debajo de la gracia y versatilidad del cómico y cantante–, el Santo y otros personajes de la cultura popular. La voraz comercialización discográfica y televisiva de esas bandas las hizo distorsionar casi inmediatamente sus discursos populacheros para convertirlos en peroratas patrioteras y acartonadas defensas –¿contra quién?– del rock en tu idioma, al que había que apoyar a toda costa si se era mexicano, roquero y... nacionalista.

Aún hoy el líder del grupo Jaguares hace declaraciones como ésta:

“En lo personal tuve una experiencia grandiosa con los lacandones. Fueron muy generosos y me recibieron con mucho cariño y fraternidad. He vivido temporadas largas en la selva y me he dado cuenta que el mundo indígena es un mundo que no conocemos, y que ha estado ahí con una sabiduría infinita. Lo mismo pasa con los indígenas de Oaxaca, Puebla, Sinaloa, Sonora. Tú y yo somos mestizos, pero no nos acercamos a los verdaderos mexicanos” [Saúl Hernández, entrevistado por Sergio G. Morales, suplemento O2 de la Gaceta de la Universidad de Guadalajara, 28 de mayo de 2007].

Músicos como Saúl se muestran orgullosos de su mexicanidad y por ello demandaron apoyo y reconocimiento en sus comienzos. Aunque con frecuencia citaban a Tin-Tan como fuente de su inspiración, después del levantamiento zapatista sólo parecen reconocer como “verdaderos mexicanos” a los indios.


En sintonía con la globalización, muy pronto los grupos locales se hermanaron con bandas extranjeras, reforzando sus posturas nacionalistas y alineándose al credo antimperialista de Manu Chao y su paradisiaca utopía socialistoide –incluyendo la abierta simpatía por el régimen totalitario de Castro–, sin fronteras, sin documentos y con mariguana para todos (tarjeta American Express en el bolsillo, mi hermano). Una andanada de grupos mexicanos, sobre todo, produjo en tiempo récord miles de canciones a ritmo de ska, enderezadas todas contra el sistema, con la imagen del homofóbico Che Guevara –siempre de moda– contemplando cada rabioso concierto. Hoy en día es posible constatar el éxito de muchas nuevas piezas de ese corte en las voces guerrilleras de los hispanos Fermín Muguruza, Amparanoia o La Kinky Beat. En este país, en sentido contrario al de Piazzolla y afrentando a la diversidad por la que tanto claman, cientos de clones de la banda original tocan siempre la única rola de ska que han logrado componer trabajosamente en veinte años. Es el soundtrack de la película globalifóbica. Flagrante retroceso: un forzado intento de fusión que se estancó en la confusión y en el marasmo ideológico.

rogelio56@gmail.com

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